Tú eres quien se hizo nada ante nuestros ojos en una cruz y en esa cruz, que era roja, porque era tu sangre derramada quien la cubría; ahí, cuando fuiste tratado como un delincuente más en ese signo catalogado de perdición, nace la salvación.
Tú eres por quien nuestra vida toma sentido, ya que, descubrimos en ti a Dios que se hizo hombre como nosotros, para compartir y entender nuestra condición humana, y así tus brazos extendidos abrazan a la humanidad, como el Padre abrazaba al hijo cuando volvió a casa.
Tú eres quien mueve el corazón, que desde una barca llamas, confirmas y hechas mar adentro, en el mar de la vida, de la historia; eres el que se compadece, el que llora por un amigo, eres quien al entregar tu espíritu al Padre mueres por amor a quienes te crucifican.
Quedan cortas mis palabras para describirte, porque al ser tú mi todo eres mi vida y quien mejor que tú me conoce, y yo con mis brazos no te abarco, pero tú con los extendidos en la cruz me abrazas como mi Padre, como mi hermano, como mi “Dios y mi todo”.