Alguien dijo: Corran, corran, entonces, yo preguntaba: ¿por qué?, mas nadie me daba una respuesta, solo veía a muchas e incontables personas correr, tratando de huir, de un peligro que, simplemente, era creado por ellos mismos; aún así decidí seguir a éstas, para ver a dónde terminaría tal alboroto.
Seguían las voces gritando más fuerte: ¡corran!, pues los peligros están tocando nuestros talones; sin embargo, aún así, decidí no correr, sino seguir a un paso lento. Por fin llegue al sitio, mas sin darme cuenta las personas que venían conmigo ya no estaban me encontraba solo, únicamente, enfrente mío había una puerta grande que cubría el camino y al parecer para pasar era necesario traspasar dicha puerta. Así que abrí y entré.
Quedé asombrado con lo que vi, si se puede decir así, pues no se veía mucho, solo una tenue y escasa luz que al parecer comenzaba a extinguirse y, en unos extraños vitrales se confundía la luz de la luna con el color de éstos, que iluminaban de una forma colorida todo el camino del centro hasta el principio de unas escaleras donde no se veía nada, a excepción de la luz que comenzaba a tener sus últimos rayos.
Yo, comencé a caminar por el centro movido por una extraña fuerza, que me hiso seguir adelante hasta adentrarme a la oscuridad de las escaleras, aquellas oscuridad que era rasgada por aquel fuego, mientras caminaba, para no tropezarme, empecé a seguir los caminos que me mostraba la luz, hasta que llegue a dónde esta puesta dicha luz.
No era una luz normal, aunque era casi extinta calentaba como si me encontrara en pleno sol un día a las doce en verano, solo que ese fuego no cansaba, sino que rejuvenecía o te transformaba; un rayito de luz me mostro una especie de cajita o de casita, donde, al parecer, vivía alguien, su puerta era dorada, bella, que apenas con los breves rayitos de luz resplandecía; así que golpee y una voz, la voz de una amigo, de alguien que yo conocía y que me conocía, era cómo la voz de papá, de mi hermano, de mis amigos de alguien que está en mi corazón, me dijo: “ Sigue”, sin dudarlo un momento abrí aquella puerta estrecha, pero que se convirtió en una tan grande; entré y en una bella habitación, con lámparas, entapetada, dónde solo había un ambiente de calidez, de amabilidad, de amor; allí habían dos sillas en una estaba Él, cuando me acerqué un poco más lo reconocí y tan solo de verlo, me postre ante Él y decidí llorar, mientras Él me tomaba de su mano y me levantaba y me dio un fuerte abrazo, esos abrazos que no se olvidan que quedan grabados y que te hacen sentir, simplemente, pero tan grandemente amado; de un momento a otro me desperté y al abrir lentamente mis ojos aún me encontraba arrodillado ante la casita de quien es el Amor, de quien se entrega, porque brinda amor sin medida.
Seguían las voces gritando más fuerte: ¡corran!, pues los peligros están tocando nuestros talones; sin embargo, aún así, decidí no correr, sino seguir a un paso lento. Por fin llegue al sitio, mas sin darme cuenta las personas que venían conmigo ya no estaban me encontraba solo, únicamente, enfrente mío había una puerta grande que cubría el camino y al parecer para pasar era necesario traspasar dicha puerta. Así que abrí y entré.
Quedé asombrado con lo que vi, si se puede decir así, pues no se veía mucho, solo una tenue y escasa luz que al parecer comenzaba a extinguirse y, en unos extraños vitrales se confundía la luz de la luna con el color de éstos, que iluminaban de una forma colorida todo el camino del centro hasta el principio de unas escaleras donde no se veía nada, a excepción de la luz que comenzaba a tener sus últimos rayos.
Yo, comencé a caminar por el centro movido por una extraña fuerza, que me hiso seguir adelante hasta adentrarme a la oscuridad de las escaleras, aquellas oscuridad que era rasgada por aquel fuego, mientras caminaba, para no tropezarme, empecé a seguir los caminos que me mostraba la luz, hasta que llegue a dónde esta puesta dicha luz.
No era una luz normal, aunque era casi extinta calentaba como si me encontrara en pleno sol un día a las doce en verano, solo que ese fuego no cansaba, sino que rejuvenecía o te transformaba; un rayito de luz me mostro una especie de cajita o de casita, donde, al parecer, vivía alguien, su puerta era dorada, bella, que apenas con los breves rayitos de luz resplandecía; así que golpee y una voz, la voz de una amigo, de alguien que yo conocía y que me conocía, era cómo la voz de papá, de mi hermano, de mis amigos de alguien que está en mi corazón, me dijo: “ Sigue”, sin dudarlo un momento abrí aquella puerta estrecha, pero que se convirtió en una tan grande; entré y en una bella habitación, con lámparas, entapetada, dónde solo había un ambiente de calidez, de amabilidad, de amor; allí habían dos sillas en una estaba Él, cuando me acerqué un poco más lo reconocí y tan solo de verlo, me postre ante Él y decidí llorar, mientras Él me tomaba de su mano y me levantaba y me dio un fuerte abrazo, esos abrazos que no se olvidan que quedan grabados y que te hacen sentir, simplemente, pero tan grandemente amado; de un momento a otro me desperté y al abrir lentamente mis ojos aún me encontraba arrodillado ante la casita de quien es el Amor, de quien se entrega, porque brinda amor sin medida.
que suntuosa habitaciòn la del Señor, jajaja, que dirà el pobre Francisco, jajajaja, es broma hermano... espero siempre habites en su casa...
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